Territorios Baldíos
Darío Fritz Sobre unos hijos
Darío Fritz
Sobre unos hijos
A partir de la pregunta, se sueltan conjeturas. ¿Cómo actúan tres hermanos -sí, tres, ni dos ni uno, tres- montados en un avión comercial que los lleva a varias horas de su casa para perpetrar el atraco de sus vidas? De sus vidas porque nunca podrán hacer algo igual, como esos lugares que sabes puedes visitar una única vez, y te tocó en suerte, o el impacto de hallar cuerpos destrozados sobre una carretera, o la belleza de los hilos de luz anaranjados que caen perpendiculares entre el arrullo del mar y la frondosidad de la montaña. Cosas de las que no se vuelve. Conjeturas sobre el valor de cada producto del atraco y si les servirá para pagar abundantes ruedas de tequilas con los amigos, la gula consumista en el primer mall que se encuentren o hasta quizá el viaje al próximo Super Bowl, sin importar si toque en Tucson, Juneau o Corvallis. Conjeturas si recordarán a su padre descorchar botellas de vino francés por cada título universitario conseguido, de cuando le pidieron un veraneo en cruceros por Escandinavia, o el hijo mayor le entregó el cargo de por vida del embarazo adolescente de una chica risueña y embelesada con el muchacho de buenas fachas durante unas vacaciones en esa ciudad donde vive, de calores infernales del sureste mexicano.
Uno tiende a conjeturar unos muchachos felices de acceder a conciertos musicales en ciudades distantes, amados hasta la saciedad después de restregar un fulminante piropo como “nos importas mucho”, que la timidez de mostrar los cuerpos juveniles los invadía cuando ya separado de su madre, el padre los llevaba a piscinas de hoteles a pasar el fin de semana. Conjeturas que con los vehículos que se encontrarán en el garaje techado de la casa por desvalijar, en realidad una camioneta y un auto compacto brillosos por donde se los mire con unos pocos años de recorrido, podrán hacer el viaje soñado a los casinos de Las Vegas, que con esa bicicleta NordicTrack estacionada en una de las recámaras del primer piso no recuperarán forma, el sedentarismo es su deporte, pero varias amigas pelearán la rebatinga de tenerla, que los cubiertos y platos por bajar de la alacena serán para su madre un halago.
Con el atraco incrustado de neurona a neurona, por el que tendrán un par de días para hacer la tarea, media el secreto cuando dan cuenta al padre que ya están allí, aunque a él no lo visiten, para evitar sobresaltos a su candidez. Al fin y al cabo, conjeturarán ellos, el padre, como todo padre, no está moldeado en barro compacto, a decir de Marcos Giralt Torrente. ¿Quién no es víctima de sus propias precariedades? Una precariedad que le han descubierto cuando apenas transita cinco décadas y media de vida. Al enterarse pocas semanas atrás de que ese hombre y padre recala en los últimos días de su vida, los tres, de un pragmatismo prístino, le han hecho saber que solo queda optar por la “atención espiritual” antes que ir por los recursos de la medicina -dos de ellos, se sabe, van por su segunda carrera, ahora en medicina, que ese padre, también médico, abona semestralmente. Entre hospitalizaciones y los cuidados paliativos de su pareja, se adelantan al gran atraco, sin lugar para la constricción. Al infierno, el diablo ha dejado que los hombres, más eficaces, lleguen por sí solos, dejó por escrito el inmenso Leonardo Sciascia.
Esta historia, tan presente como de final próximo –“uno escribe algo para contar otra cosa”, dice María Gainza-, me lleva a la conjetura de unos sueños de justicia que describe Richard Ford en Canadá: “Es de suponer que muchos de nosotros pensamos en atracar un banco del mismo modo en que por la noche, en la cama, planeamos minuciosamente asesinar a un enemigo de hace mucho tiempo […] En cualquier caso, somos aficionados en el negocio de concebir y planear y asesinar, y carecemos de la concentración mental necesaria para vencer la oposición del mundo a este respecto. Y en este punto nos olvidamos del asunto y conciliamos el sueño”.
@DaríoFritz