Territorios Baldíos
Darío Fritz
Talón de Aquiles
Con la venda en los ojos, revolucionados por la rendija que se abre, dóciles por necesidad e inexperiencia, ante la primera oportunidad laboral que se nos abre jóvenes aceptamos incorporarnos hasta con la imposición de que sea gratis. Por un tiempo, para aprender, nos justificamos, con los pesos justos para el transporte público, dispuestos a caminar una treintena de cuadras, alimentados por un sándwich al día. Escuálidos por obligación. En algunos casos hasta se formaliza en pasantías o becas, si está la suerte de cursar una carrera universitaria. Los convenios oficiales lo avalan para demostrar que aquello de que el pago debe ser un equilibrio entre remuneración y tarea nace desde entonces y nos perseguirá toda la vida como una entelequia.
Es un gran logro, se intenta defender desde las oficinas de recursos humanos de la oficina pública, universitaria o empresarial, y el joven no tiene más que asentir. Trabajar apenas atravesada la mayoría de edad es una gran distancia y mejoría social de lo que han padecido décadas atrás padres o tíos en la familia que desde los diez años y con las tablas de multiplicar aún por mejorar ya salían a la calle a ganarse la vida en algún oficio. Hoy sigue ocurriendo, sí, pero en algo hemos mejorado, no son tantos, compadecen quienes leen las estadísticas con la frialdad del forense que disecciona el cadáver para una autopsia.
El derecho de piso tiene su vida útil. Las habilidades personales contarán para ganarse algunas rayas de respeto. En poco tiempo entrará a correr aquello de que la vida es corta y hay que aprovecharla, sin llegar a ofrecer claridad para una definición tan ambigua. Pasadas las cinco décadas, se comienza a comprender. Un amigo documentalista, recibió una invitación por mail de una supuesta alumna universitaria para invitarlo a dar su opinión experta sobre un trabajo que relataba historias de narcotraficantes. Como no daba precisión el texto, respondió que con interés lo hacía y marcaba algunas condiciones mínimas para la tarea. Primero, que bien podrían solicitárselo sus jefes; segundo, el costo de honorarios por hora de trabajo. Nunca recibió una respuesta. Otra amistad, con cierto predicamento en el mundo literario recibió una convocatoria también para participar como jurado del premio de una organización internacional multilateral. Con palabras ceremoniosas como se estila para el caso, entre las precisiones que pidió fue la remuneración. Ninguna le respondieron, el aporte del prestigio de nuestra institución para su nombre acotó la funcionaria que inició el contacto. Usted como integrante de la institución tiene su salario, imagino, preguntó él a la vuelta de correo. Amable le agradeció por el tiempo destinado al intercambio epistolar. En ambos casos, pasada media década de vida cada uno, sus dificultades para continuar en el mercado laboral son cada vez menos promisorias.
Hablar de Talón de Aquiles hace referencia a nuestras debilidades. Su explicación viene de un mito griego referido a la protección de una madre sobre su hijo. Tetis llevó a su hijo Aquiles a bañarlo a al río del Más Allá porque sus aguas milagrosas lo harían invulnerable, y para ello debía sortear muchos peligros. Cuando logra bañarlo, lo hace tomado de los talones. Años después, una flecha mata a Aquiles en la guerra de Troya. Lo había atravesado por la zona que no estuvo bajo la protección de aquellas aguas, el talón. Durante tres décadas la vida laboral nos funciona a plenitud, pero entrada las cinco décadas darle continuidad se convierte en un talón de Aquiles: si no nos mata, nos deja desvalidos y a la merced de prejuicios ajenos.
@DaríoFritz