Territorios Baldíos

Darío Fritz

Ceguera en días sin justicia

Uno se detiene a mirar lo que son los ojos y nos electrizan de pensarlo. Arden, inquieren, aíslan, evaden. Pueden dar tanto miedo como el más afilado de los estiletes, a decir de Hilda Hilst. Ojos que son la guerra, a decir de Arturo Pérez-Reverte. Capaces de verte a ti mismo a través de mis ojos, en los ojos sensibles de Frida Kahlo. Donde conviven el pálpito de la muerte y la angustia de la vida, a decir de Katya Adaui. De los más dolorosos pueden surgir los más expresivos. Se los vi a una joven sobreviviente de los militares que desaparecieron a sus padres y tres hermanos en la Argentina de 1976, y a un hombre atrapado entre contar a la justicia mexicana lo que veía como encargado de vestir a un líder del narcotráfico y la venganza de este en destruir a su familia. Ojos marchitos, fatigados, pero también astutos, atentos, inteligentes. Ojos que a su vez se decían ajenos a donde vivían. La joven que no hallaba justicia, el hombre arrepentido que ya lo había dicho todo para salvar su libertad a un alto costo. Ojos de sentirse extranjeros en casa.

En tiempos de cavernas y de los orígenes del hombre en las relaciones sociales se vivía en grupos. El extraño, perteneciente a otras tribus, generaba desconfianza. Nada insólito para lo que vemos en la actualidad, con el migrante, el vecino nuevo, el desconocido sentado a un lado en el autobús, los productos importados de países con mala prensa, el cuerpo tatuado, la música de barrios populares. Los niños lo suelen explotar con crueldad sobre la compañerita que se incorpora a mitad del calendario o el compañero más apocado. Los gobernantes se lo hacen ver a quienes piensan diferente, ahora que eso de la democracia se pone cada vez más en duda por los propios errores de ejercer el poder, que hace del que está enfrente un enemigo antes que el contrincante con quien discutir.

El dios Momo, que en algunos países latinoamericanos se lo recuerda en carnaval por la quema de su muñeco, fue la personificación del sarcasmo y la ironía, un personaje criticón que atacaba a otros dioses y hombre por sus supuestas equivocaciones permanentes. Después, un escritor jesuita español lo personificó como alguien que tira piedras permanentemente sobre las casas, haciendo ver el carácter destructivo que podemos tener los seres humanos. Para quienes han sido elegidos para gobernar, ante las pedradas, sean tupidas o no, pero presentes al fin, la respuesta más fácil es disparar a los ojos -sea literal como lo hacía Carabineros a los manifestantes chilenos de 2019- o con todo el verbo cargado en la mayoría de las ocasiones. Ya sea porque le reprochan negocios familiares y tráfico de influencias de sus cercanos, exponen los fracasos en ofrecer seguridad a los ciudadanos o porque víctimas cansadas de tanta cháchara de justicia sin resolver le tiran abajo una puerta. “Lo que no veo, lo desconozco”, escribió en su correspondencia Hildegard von Bingen. Cerrar los ojos sólo simula ceguera.
@Darío Fritz

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